Relato de Tokio

Los ocho días que pasé en Tokio con motivo del Maratón merecerían un libro completo. Prometo, al menos, que serán por lo menos un capítulo del próximo que escriba. Sin embargo, y para compartir la experiencia, intentaré resumir el relato de la carrera, pero asegurándoles que se trató de una experiencia absolutamente fuera de serie. Apenas llegué a la ciudad de Tokio sentí una gratitud enorme, por el running, por todo lo recorrido para llegar hasta ahí y por todo lo que me habían ayudado tantas personas a cumplir mi sueño. Tokio era la única Major que me faltaba completar para conseguir el circuito completo de las World Marathon Majors. En el 2011 había comenzado tímidamente con New York y luego agregué Chicago, Londres, Berlín y Boston. En el medio de ese camino apareció Tokio. Confieso que pensé en aquel momento que era desmoralizante que camino a cumplir con las Majors apareciera una más y tan lejana. Lo digo ahora mismo: Agradezco al que tuvo la idea de agregar Tokio, porque si no fuera por esto, tal vez yo no hubiera conocido jamás Japón.

Completar las Six World Marathon Majors no es imposible, pero claro, no son seis carreras, son seis maratones y no cualquiera puede terminar los 42 Km 195 mts. Pero asumiendo que uno ya es maratonista, completar este circuito de seis maratones requiere entrenamiento, paciencia, pasaporte al día y una cierta capacidad de ahorro. Pero sobre todo, entrenamiento y paciencia. Yo empecé en noviembre del 2011 y terminé en febrero del 2015. En el medio mejoré muchísimo como corredor. Mi primera Major la hice en 03:07:55 minutos, la sexta en 02:54:24. No es poca la diferencia y como  corredor amateur me siento más que orgulloso de mis marcas. Nada más triste que un corredor que esconde sus tiempos, sean cuales sean estos. Cuando llegué a Tokio el objetivo de mínima era el sub 3. El de máxima, era bajar mi marca de Boston de 02:57:17. No hay suspenso, como vieron, lo hice. Estoy feliz, lo logré.

Pero antes de lograrlo entrené mucho, más que nunca, y viajé, más que nunca, para llegar a destino. Los días previos fueron de asombro, ansiedad y alegría. Quería que todo saliera bien. Tokio era la Sexta Major y mi décima maratón. No soy un novato en los maratones, pero aun así, las sensaciones se repiten, lo único bueno es que uno las reconoce y las puede administrar mejor. Tokio se veía diferente a todas las majors. Para empezar, es la única en Asia, la única que se hace en invierno, la única donde el número de occidentales es clara minoría. No sabía de qué manera, pero me queda claro que no iba a parecerse a las otras cinco maratones. Y no me equivoqué, Tokio es diferente. Desde la expo maratón que uno ve que es otra cultura, otras ideas, otro universo para comercializar y transmitir todo aquello vinculado con el maratón. Nada que cambie la esencia de la carrera, eso que quede claro. Un expo maratón gigantesca, con ASICS como sponsor deportivo, deslumbró a los corredores que disfrutaron de los locales. Un stand del maratón de México, dicho sea de paso, abrió la puerta a una posible nueva tentación runner, pero ese es otro tema.

El hotel oficial del maratón es el Keio Plaza y allí nos alojamos la mayoría de los corredores extranjeros. Las agencias de viajes ofrecían allí sus paquetes y lo más importante: El maratón sale a cien metros de la puerta del hotel. Más práctico, imposible. En los días previos se anunció que por amenazas terroristas la seguridad sería extrema. Sí, hubo medidas de seguridad claras, optimizadas por el hecho de que Tokio es la ciudad más ordenada y respetuosa de las normas que vi en toda mi vida. Pero también diré con sorpresa que no vi ni un solo policía armado. No sé cómo puede ser, pero no vi un arma en todo mi viaje a Tokio, en ningún lugar que requiriera de seguridad tampoco.

Con un frío de 4º y una leve llovizna, nos agolpamos los treinta y seis mil corredores dispuestos a desafiar las calles de Tokio. Una inmensa mayoría de locales mostraba una imagen bien diferente a lo habituales. Los europeos y norteamericanos eran por primera vez minoría y los quince argentinos nos perdíamos en la multitud junto con el resto del mundo.  Cada uno en su corral, listos para ir saliendo. La previa de los maratones civilizados no incluye el desastre habitual que se ven en la República Argentina, donde cada uno sale de donde quiere y donde nadie respeta ninguna regla. Los propios organizadores se ven en problemas cuando quieren ordenar en serio. Las carreras afuera son algo distinto, pero de las Seis Majors Tokio fue la que a pesar del orden absoluto, tuvo la peor salida. ¿Qué pasó? Claro, se corrían los 10 Km junto con el maratón y la distribución de corrales mezcló gente, con lo cual estábamos en la salida de manera impecable pero en la largada descubrimos que había un grupo de corredores muy por debajo de la velocidad del corral 1. Esto provocó empujones y forcejeos, haciendo de Tokio la única salida de las Seis Majors que no fue impecable. Aun siguen siendo Boston, Chicago y Berlín las mejores.

Pero luego de la salida y de esquivar algunos corredores, en menos de 500 mts la pista se empezaba a ordenar. Al final del primer kilómetro no habría ningún embotellamiento más. Sí había frío. Yo había decidido correr con los guantes de running puestos, para no sufrir dolor en las manos por el frío. Fue una buena decisión. Tokio es el más urbano de los maratones que he corrido, va y viene por las mismas avenidas, lo que para el que disfruta con el cambio de paisaje puede ser desmoralizante. Sin embargo, gracias a eso, vemos a los primeros corredores de la prueba, lo que sin duda motiva, y vemos a los que vienen detrás nuestro, lo que también motiva. Había hermosos edificios históricos y también pasamos por los centros comerciales más conocidos, y un público que podía vernos pasar en distintas direcciones, si elegía el lugar correcto como espectador.

Los puestos de hidratación era una historia aparte. La bebida isotónica y el agua eran abundantes y no había ni que preocuparse por los puestos, había muchos, algo que en invierno no sé tan imprescindible como en las épocas de calor, pero igual ayudan mucho. Los maratones de Argentina deberían tomar nota de esto. Pero lo curioso no eran la perfección de los puestos, sino el hecho de que –por primera vez en mi vida runner- los vasos no eran entregados en mano sino que estaban en las mesas para que al pasar los corredores los tomáramos. Al principio esto parecía un problema, pero luego descubrí que era mucho más cómodo y rápido. No se me cayó ni un solo vaso, no perdí nunca el ritmo, fue muy cómodo. Otra curiosidad fue que –a diferencia de las carreras del planeta- en Tokio nadie tiraba basura en la calle. Claro, podían hacerlo si querían, no era motivo de castigo alguno, pero había donde tirar los vasos y los geles y así fue que luego del primer puesto me sumé a las reglas de urbanidad de Tokio y comencé a tirar todos y cada uno de los vasos y los geles en las grandes cajas destinadas a eso. Una lección de urbanidad en 42 Km 195 mts.

Comencé la carrera rápido porque los primeros kilómetros son en bajada. Mi promedio final planificado con mi entrenador Marcelo Perotti era de 4.10 por kilómetro. Sabía que iba a empezar mucho más rápido, pero la idea era estabilizarme en el kilómetro 10. Llegué al kilómetro 10 muy rápido, tanto que cuando me estabilicé igual seguía por debajo de los 4.10. En esos momentos uno repasa todo lo hecho hasta el momento y se pregunta si puede ser posible sostener un ritmo de, por ejemplo, 4.08. Yo estaba en un promedio de 4.05, pero sabía que más tarde o más temprano podría llegar a perderlo todo si no era mi ritmo posible. Al llegar al veinte, alentado por el público, inspirado por mi última Major y viendo a grandes corredores pasar en dirección contraria, me di cuenta que estaba bien, que iba a seguir intentándolo. Cuando me sofocaba miraba el reloj y bajaba, aun así, llegué al 30 con un promedio de 4.06. No pretendía tanto, si lograba hacer menos de 2 hs 56 minutos ya era un triunfo total para mí. Mi deseo de bajar las tres horas era casi un hecho y de superar mí marca anterior, casi también. Pero el maratón es traicionero, o mejor dicho, el maratón es estricto. Los dolores fueron variando de lugar en cada kilómetro y en el 30 empezó a ser un poco más duro. El muslo izquierdo dolía y con mi mano trataba de masajearlo. Cada pequeña subida prometía también un calambre, prometía, pero no se producía, me fui serenando. La vista se me nubló en algún momento, pero en realidad lejos de ser el anuncio de un desmayo, yo creo que fue que empecé a sudar más de lo que venía haciéndolo hasta ese momento. Todos mis cálculos daban bien, lo estaba logrando, realmente me fui calmando, pero no fui aflojando, claro. El kilómetro 30 lo hice en 4.00, de una patada derribé el muro. Pero la clave es después. Llegué al kilómetro 36 ya un poco más cansado. El promedio era de 4.08, no era complicado, para nada, ¡faltaba tan poco para llegar! Pero hay algo que hay que decir de Tokio: lo peor está al final. Después del 30 comienzan unas subidas suaves pero complicadas por el lugar de la carrera donde están. Luego del 35 al 41 hay unos puentes que le rompen el alma a cualquiera que venga débil o desmoralizado. Por suerte, yo no era ninguna de las dos cosas. En esos puentes y autopistas mi ritmo era de 4.10, pero ya no quedaba nada. Es un sector realmente difícil, necesita concentración y fuerza mental. Un dolor en el costado derecho comenzó a molestarme mucho en el 38 y me acompañó hasta el final. Pero cuando pasé el último puente me di cuenta que ya no quedaba nada. El cartel de solo faltan 195 mts apareció delante de mí y supe que había bajado mi marca de forma espectacular, miré mi reloj al ver el cartel y decía 02:53… y algo, no lo vi, porque salí corriendo con todo lo que me quedaba. Pasé de la esperanza de bajar mi tiempo a buscar una marca completamente insospechada. Y así fue, atravesé gritando la llegada, y el tiempo final fue de 02:54.24. Aun ahora al escribirlo se me pone la piel de gallina. No fue fácil, dolió mucho, más de lo que he contado acá, costó, y costó de verdad, pero a la vez me sentí muy pero muy fuerte. Una marca y un maratón para toda la vida. Mi Sexta y última de las carreras World Marathon Majors con mi récord personal. Las lágrimas me acompañaron toda la caminata posterior. Sentía, lleno de emoción, también un gran cansancio. Como cualquiera puede imaginar, todos los integrantes de la organización, se lucieron en su forma de felicitar a los corredores. Con cortesía y gran respeto, nos trataron como héroes. Como dije al comienzo, la historia es mucho más larga y más emocionante, pero esa versión, la completa, la encontrarán en mi próximo libro. Mi décimo maratón, inolvidable como ningún otro. Y las Six World Marathon Majors completadas.