Vanderlei de Lima, el atleta de la llama Olímpica

Los Juegos Olímpicos son un evento incomparable. Durante los días que se desarrollan, vemos deportes de todo tipo y deportistas de todo el planeta compitiendo por las codiciadas medallas. Las historias que siempre ofrece el deporte se multiplican a un nivel abrumador. Entre los saltos que como espectadores damos entre un canal y otro, en todos los horarios en los que nos es posible estar frente a un televisor, nos encontramos siempre con algo cautivante. Ver los Juegos Olímpicos es como ver el clímax de una película o leer el punto culminante de un libro multiplicado por cientos. Una emoción tras otra, un espectáculo deslumbrante tras otro. Tratamos de aprender y de absorber todo. Nos sacamos el sombrero frente a los periodistas que dedican una vida a cubrir las diferentes disciplinas y nos guían en estos días intensos. Están los que saben y los que saben cómo transmitir, a todos ellos, un agradecimiento como espectadores. Otro agradecimiento para cada cámara, para cada toma, para cada instante sublime captado de forma precisa y bella. Pero por encima de todos ellos están los deportistas y sus historias.

Un Juego Olímpico está hecho de vidas deportivas llegando al punto más alto. Conocemos a algunos, nos apasionamos también con los desconocidos. Una mirada, un gesto, una lágrima, un movimiento. La belleza de apreciar muchos deportes, algunos apenas comprensibles para la mayoría, y acompañar sueños y ambiciones ajenas. Cada uno alienta a su país, pero somos capaces de querer a cualquier atleta del planeta. Algunas historias se vuelven inmortales, muchas pasan desapercibidas, pero todas forman parte. Algunas historias son tan pero tan enormes, que atraviesan varios Juegos olímpicos. El aumento gigantesco de algunos deportes, en particular de las carreras de fondo, hace que cientos de miles le agreguemos una capa extra a nuestra admiración por los atletas. Quien haya corrido un maratón, por más que sea un hobby, comprende un poco más lo que significa prepararse, soñar, luchar y conseguir un objetivo. Y no solo hablamos del maratón o los 10.000 mts, sino cualquier deporte en general.

La ceremonia inaugural de los Juegos de Rio 2016 tuvo muchas cosas para contar, pero quiero referirme en particular a una historia en particular, uno de los actos de justicia más grandes que los Juegos hayan podido lograr. El atleta olímpico retirado Vanderlei de Lima fue el último en recibir la antorcha olímpica y encender el pebetero. Vanderlei, nacido en 1969, participó de tres Juegos Olímpicos. Verlo subir a encender la llama fue algo impresionante. Ese momento glorioso de los Juegos Olímpicos, tal vez el más importante a nivel simbólico, tuvo a un sonriente y emocionado maratonista Vanderlei como protagonista. Vanderlei de Lima, atleta brasileño, protagonizó en Atenas 2004 uno de los incidentes más recordado de toda la historia de los Juegos. Venía liderando el maratón y se encaminaba a la medalla dorada cuando en el kilómetro 36 fue atacado por un demente religioso que se lanzó sobre él y lo arrastró hacia las vallas laterales. El nombre y las intenciones de ese loco no merecen ser mencionados junto a la grandeza de Vanderlei de Lima. El público y la seguridad salieron al rescate del infortunado atleta, que asustado, exhausto, confundido, logró retomar la prueba, pero vio como sus ansías doradas quedaba atrás. Pero Vanderlei no se rindió, corrió y con toda la fuerza que le quedaba, saludando y sonriendo, terminó los 42 Km 195 mts en tercer lugar. Recibió también sonriendo su medalla de bronce, no se dejó amargar por lo que le había ocurrido. Vanderlei comentaría el incidente diciendo “Allí perdí varios segundos. Estaba asustado. No sabía si el loco tenía un arma. Pero no quise llorar. No quise perder todas las esperanzas”. La ovación de todo el estadio le demostró a Vanderlei que hay otras formas de salir victorioso. El Comité Olímpico le otorgó un premio extra por su coraje y su historia aun hoy es recordada. Pero la vida le dio una satisfacción más. En su país, él fue ovacionado y tuvo el honor máximo. La llama olímpica brilla gracias a él y los que como él, nunca bajan los brazos. Empezaron los Juegos olímpicos. ¡Vivan los Juegos!