Mi relato del maratón de Tokio 2019

Para mí este viaje a Tokio tenía un valor especial. No era mi primera vez en Tokio, pero volvía con las ganas de quien regresa a un lugar de felicidad. Ese regreso tenía una rara similitud con mi viaje anterior del año 2015: una vez más terminaba el  circuito de las Abbott World Marathon Majors. Berlín, Boston, Chicago, Londres, Nueva York y Tokio. Volvía con esa misma sensación de cierre y de tarea por completar.

Tokio es una ciudad perfecta. Después de Londres, la mejor ciudad que he conocido. Con sentido común y sin angustiarse, todo funcionará para el extranjero. Hay que aprender las reglas y no preocuparse frente a la confusión inicial. Nuevamente: sentido común es la clave. Una buena lectura de dichas reglas en internet, ayudará a calmar la ansiedad. Lo demás va solo. Aun sin hablar una sola palabra de japonés, el turista corredor podrá moverse sin problemas. Viajar, comer, comprar, todo es bastante sencillo. La honestidad de un gran valor, así que a no preocuparse tampoco por la situaciones confusas, nadie querrá engañarnos con dinero en ninguna situación.

Como los consejos para moverse en Tokio son muchos, repito que buscar en internet los tips iniciales ahorrará mucho tiempo. Si un japonés nos ve en problemas, nos ayudará, no tengan duda. Respetar las reglas es una clave para no entrar en conflicto. Tokio es una ciudad hermosa, averigüen que actividades pueden realizar antes de visitarla para correr. Yo hice mis visitas a Kita-Kamakura para visitar la tumba del más grande director de la historia del cine japonés: Yasujiro Ozu y a Mitaka, para pasar por el Museo Ghibli, homenaje al cine de animación de Hayao Miyazaki. Mucho cine, mucha cultura, mucho por aprender de Tokio.

¿Qué pasa con el jet lag? Lo más aconsejable es llegar el martes anterior a la carrera, a más tardar el miércoles. Si acaso no se logra dormir bien por las noches, una siesta complementaria puede ayudar. Lo importante es cumplir con las horas de sueño diarias. Recordar el horario de largada de la carrera y a que distancia estamos. Ese es el horario clave a tener en cuenta.

La largada es junto al edificio municipal, por lo que el Keio Plaza es la base de operaciones de todas las agencias de viaje, periodistas y atletas de elite. Parar ahí es parar prácticamente en la largada. Hay media docena de hoteles a menos de diez cuadras. Son hoteles caros, o se sacan por agencia o se sacan con mucho tiempo de antelación. No dejen todo para último momento.

Quien no tenga problema en caminar veinte cuadras, encontrará muchos otros hoteles más baratos que tienen todo el confort necesario para quien se conforme con un amable cuatro estrellas sin lujos. La antelación es clave. Suelen traer desayuno incluido, pero si no es así, los hoteles tienen cafetera y hay docenas de drugstores donde comprar todo lo necesario para desayunar e, incluso, para almorzar o cenar. Cada presupuesto se ajustará a ello.

Arroz y pescado no falta en Tokio y hay muchísima comida italiana. Los restaurantes no son como en occidente, pero a no dejarse asustar por eso. Aprender tips para saber cómo elegir también suma. Hay zonas con restaurantes estándar, ideales para turistas, y hay otros más locales. El menú trae fotos en muchos casos, así que ahí terminan las dudas. Los platos típicos japoneses incluyen muchas variedades livianas y sanas. Como me tocó día de ñoquis, también aproveché y comí ñoquis en Tokio, la prueba definitiva de que la comida italiana es fácil de conseguir.

Una vez que arranca la expo maratón, empieza lo que más nos importa. Repetimos: usar mapas, guías y obviamente el Smartphone. Todo está claro, solo hay que evitar abrumarse. Y acá la primera sorpresa del 2019: la expo maratón fue mala. ¿Cómo? Sí, creer o reventar, Tokio hizo una expo mala, un fiasco. El clima fue la clave de gran parte del fracaso, pero en una ciudad que parece anticiparse a todo, fue raro que no se prepararan para un día de mucha lluvia. Lo más importante es la carrera, pero la expo tiene valor para los corredores.

Llegar empapados no es el fin del mundo, pero que la expo tuviera charcos por todos lados y que en lugar de ser un edificio gigantesco como en el 2015 fuera una serie de carpas grandes me sorprendió. Lo mejor para mí fue al comienzo. La expo empezaba con el espacio de Abbott, es decir del circuito de las Six World Marathon Majors. Yo llevé mi medalla de finisher y me presenté para que me dieran el calco que me permitiría recibir la segunda al llegar. Ahí me sentí valorado, claro, porque pocos locos han hecho el circuito. Me sacaron fotos con el mural donde figura mi nombre y me llevé un “dorsal” donde anunciaba que iba para terminar el circuito. No es el dorsal de la carrera, sino otro que la mayoría llevamos en la espalda, para que no moleste. Muy amable la gente de Abbott World Marathon Majors.

Luego recogí mi número, todo impecable, hay que decir, y luego fui a la carpa de los corredores por Charity. Como lo hice en Londres, en Tokio corrí colaborando con una obra de caridad. Me dieron una remera extra, algunos recuerdos, un certificado con lo que junté para dicha organización y un balance del trabajo que ellos han hecho en el último año. Fue emocionante y reconfortante a la vez. Ahí terminó la alegría de la expo y aunque no fue ni poca cosa ni el fin del mundo lo malo que vendría después, el sabor a decepción estuvo.

Aun en el sector principal, el tumulto era total y el espacio mínimo. Compré remeras, productos de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 y en cuanto pude me fui. Me crucé con un compañero de running team, Ricardo Bastianon, y luego de la foto de rigor, huimos del lugar. Lo que seguía era una especie de feria al aire libre. Claro, con esa lluvia, las pequeñas carpas eran un problema. Buenos recuerdos del maratón para comprar, pero incluso marcas importantes como Garmin, estaban a la intemperie. No faltaba la gente del Maratón de Valencia y había unos food trucks no muy fáciles de aprovechar. A doscientos metros cuando uno escapa del inhóspito lugar había un shopping, allí había que ir a buscar refugio. Una pena, pero al rato todo había quedado olvidado.

El día previo al maratón el pronóstico no era favorable. En el 7 Eleven al lado del hotel vendían paraguas y pilotos. Nadie sale a la calle sin paraguas cuando hay lluvia, pero los corredores no podíamos y a la zona de largada con uno, así que el piloto transparente era la opción. Les avisé a mis amigos que se compraran uno y resultó ser que en la largada la inmensa mayoría los usaba. Una pena descartarlos, porque eran excelentes, pero igual fue genial tener la inteligencia de llevarlo. Por supuesto se pueden comprar antes de viajar, solo aclaro que pueden comprarse a último momentos sin problemas.

El día de la carrera estaba anunciada lluvia a las 7 AM. Lluvia y frío. 7 AM abrieron las puertas de la zona de corredores. Chequeo de bolsas oficiales y control de todo lo que pasaba. Esto fue rápido y amable, cada corredor tenía una cinta. Luego había baños químicos orientales y occidentales, cuya única diferencia es tener o no inodoro. Los baños químicos tienen todo lo necesario, incluyendo espejo. También hay piletas para lavarse las manos fuera de los baños. Hay puestos de abastecimiento para comer y tomar algo y muchos voluntarios bien entrenados. Si el corredor (en particular el japonés) no viene de la zona de largada, es decir Shinjuku, entonces ese desayuno extra sirve. En Tokio hay menos baños que, por ejemplo, en Chicago o Nueva York, así que en cuanto uno puede hacer fila, debe hacerlo. Luego se deja la bolsa en los camiones que, como en casi todas las carreras, nos esperarán en la llegada. Con piloto y abrigo me fui al corral. El corral abre con antelación y conviene entrar. Todos con piloto y mucho frio empezamos la larga espera de casi una hora. A las 8 AM ya llovía. Toda la presentación de la carrera fue bajo una lluvia cada vez más fuerte.

En esos minutos previos el nerviosismo es total. Pero también debo decir que al ser mi maratón número 21 ya tenía algo de calma producto de la experiencia. El acto formal se hizo completo y nos empapamos. El piloto funcionó perfecto, pero mi ansiedad me llevó a sacarme el abrigo y el piloto faltando diez minutos y eso alcanzó para hacerme sopa. Llevé guantes toda la carrera, pero no pude evitar tener frío por la lluvia.

La largada de Tokio es con bajadas. Los corredores de un 10 Km se mezclan con los maratonistas y hay un kilómetro inicial de cierto caos. Con tanta lluvia, esto puede ser un problema. Yo tenía unas zapatillas que funcionaron bien en Valencia y que bajó la lluvia en Japón demostrar tener mucho agarre. No me resbalé ni una sola vez, ni una patinada en curvas o charcos. GOrun Razor 3 de Skechers se llama el modelo y aunque cambian rápido, los recomiendo y mucho. Pasado el primer kilómetro de caos, con un ritmo bastante lento para mi gusto, en el segundo todo se ordena y pasé a un exceso de velocidad del que tenía plena conciencia. Mi idea era ir a 4.07 o 4.06, pero fui más rápido por la bajada. Llovía, todavía, y hacía frío. Igual era hermoso todo.

El alcanzar el kilómetro 10 empecé a evaluar el poner a un ritmo parejo y apenas más lento, para ir al ritmo mencionado. Entonces el reloj empezó a medir mal y ya no lo pude usar de guía. Me había pasado en Utah Valley Marathon y me había arruinado la carrera, acá intenté dominar los nervios y basarme en la pulsera de ritmos que siempre llevo. Como la carrera está medida en kilómetros, al menos una vez por kilómetro iba a poder evaluar si perdía o no velocidad. Igual me angustié bastante. Pero lo gracioso es que durante veinte kilómetros fui al mismo ritmo. Ni más rápido ni más lento, siempre igual. Corrí junto con un grupo al que identifiqué y confié en que no podíamos ir todos equivocados, alguno debía saber ir parejo. La concentración era tal que la carrera se pasó volando. Juro que nunca me resultó tan corta una carrera, aun cuando la distancia es siempre 42 Km 195 mts.

Al llegar al kilómetro treinta hay muchas subidas y bajadas que se equilibran entre sí, por lo que hay que saber aprovecharlas y adaptarse. El circuito con respecto al 2015 es un poco más amable, porque no está ese terrible final por autopista, sino que se termina en el Palacio Real. La lluvia nunca aflojó, el frío tampoco. Ya no era torrencial, pero no hubo un instante sin lluvia. Yo sabía que mi ritmo había sido fuerte, pensaba en un sub 3, aunque no sabía si iba a poder lograr una marca de 02:53:59, que era el plan en mi pulsera. Había viento también, pero no demasiado.

Al llegar al momento de la verdad, descubrí que los nervios de no poder medir el ritmo me habían llevado a ir al límite. Exactamente tres meses antes había corrido el maratón de Valencia. No es la distancia correcta tres meses, el cansancio del entrenamiento de dos maratones pegados apareció en ese final. Faltan menos de diez kilómetros se hacía evidente una pequeña pérdida de ritmo. Pero no fue sino hasta el kilómetro 40 que todo se complicó. No era tan grave, pero se sintió grave. El cansancio cayó todo junto y aunque el público nunca dejó de alentar a pesar de la lluvia, yo no escuché nada más. Perdí ritmo en serio y cuando faltaba solo un kilómetro y entramos en un piso de grandes baldosas yo no podía acelerar más que unos segundos. Vi gente resbalarse en ese final, como los vi en la carrera. El circuito de la carrera es precioso, de mis favoritos, completamente urbano, pero no veía nada cuando faltaban 500 mts. Doblé en la última curva en noventa grados y vi caer a un último corredor. La meta estaba ahí. En esos últimos kilómetros pensaba en mi segunda medalla de las seis Majors. El sub tres estaba asegurado desde hacía unos kilómetros, aun con el cálculo más pesimista y pasé la meta en 02:55:28. No pude apurarme al final, las manos se me dormían y las piernas dolían mucho, aunque a la vez no parecían mías. Pero la meta estaba ahí y levanté mis manos, una con un dedo apuntando al cielo, la otra bien abierta para sumar un seis. Seis Majors por segunda vez. Tarea cumplida, nuevo sub 3, un triunfo enorme en medio de una jornada extenuante. Una felicidad muy profunda. Fui a la carpa de Abbott a recibir mi medalla de las Six Majors y me sacaron una foto con la medalla y una más prestada para que se inmortalizara el doble triunfo. La mía, la primera, la había dejado en el hotel.

Seguía el frío, seguía la lluvia, pero la felicidad era total. Fui a buscar mis cosas y de allí, por haber corrido por Charity, a un hotel donde había un gran salón para cambiarse. Pasados unos minutos de agotamiento al borde del desmayo, me ordené y pude salir nuevamente. Me encontré con amigos y con gente de todo el mundo que quería charlar aunque sea unos minutos sobre la experiencia. En el subte los pasillos estaban empapelados con fotos del maratón. Sí, los ganadores y los grandes momentos de la carrera. Eso es Tokio, eso es Japón, deslumbrante y eficiente. Era muy fuerte ver esas fotos, como era fuerte ver muchos carteles felicitándonos por la tarea cumplida. Espero volver por tercera vez. La carrera lo merece, la ciudad también.